En nombre de la verdad e de decirles que el Amor comienza con un destello de simpatía, se substancializa con la fuerza del cariño y se sintetiza en adoración. ¡Amar, cuán grande es amar, solamente las grandes almas pueden y saben amar! Para que haya Amor, se necesita que haya afinidad de pensamientos, afinidad de sentimientos, y preocupaciones y pensamientos idénticos.
El beso viene a ser la consagración mística de dos almas, ávidas de expresar lo que internamente viven; el acto sexual viene a ser la consubstancialización del Amor en el realismo psico-fisiológico de nuestra naturaleza.
Un matrimonio perfecto es la unión de dos seres: uno que ama más, y otro que ama mejor. El Amor es la mejor religión asequible.
Hermes Trismegisto, el tres veces grande Dios Ibis de Thot, dijo: "te doy Amor, en el cual está contenido todo el sumum de la sabiduría".
¡Cuán noble es el ser amado, cuán noble es la mujer, cuando en verdad están unidos por el vínculo del Amor! Una pareja de enamorados se torna mística, caritativa, servicial. Si todos los seres humanos viviesen enamorados, reinaría sobre la faz de la Tierra la felicidad, la paz, la armonía, la perfección.
Ciertamente, un pañuelito, una fotografía, un retrato, provocan en el enamorado, estados de éxtasis inefables; en tales momentos se siente comulgar con su amada, aunque se encuentre demasiado distante. Así es eso que se llama Amor.
En Estados Unidos, y también en Europa, existe una orden denominada la "orden del cisne". Los afiliados a esta orden estudian y analizan, en forma profunda, todos los procesos científicos relacionados con el Amor.
Cuando la pareja está en realidad enamorada, de verdad, se producen dentro del organismo transformaciones maravillosas. El Amor es una efusión o una emanación energética que brota desde lo más hondo de la Conciencia; esas radiaciones del Amor estimulan a las glándulas endocrinas de todo el organismo, y ellas producen millonadas de hormonas que invaden los canales sanguíneos, llenándolos de extraordinaria vitalidad. "Hormona" viene de una palabra griega que significa "ansia de ser", "fuerza de ser". ¡Cuán pequeña es una hormona, pero cuán grandes poderes tiene para revitalizar el organismo humano! En realidad de verdad, uno se asombra al ver a un anciano decrépito cuando se enamora; entonces sus glándulas endocrinas producen hormonas suficientes como para revitalizarlo y rejuvenecerlo totalmente.
¡Amar, cuán grande es amar; solamente las grandes almas pueden y saben amar...! El Amor, en sí mismo, es una fuerza cósmica, una fuerza universal que palpita en cada átomo, como palpita en cada Sol.
Las estrellas también saben amar. Observemos las noches deliciosas de plenilunio: ellas se acercan entre sí, y a veces se fusionan e integran totalmente. "¡Una colisión de mundos!" Exclaman los astrónomos; más en realidad de verdad lo que ha sucedido es que dos mundos se han integrado por los lazos del Amor.
Los planetas de nuestro Sistema Solar giran alrededor del Sol, atraídos incesantemente por esa fuerza maravillosa del Amor. Observemos el centelleo de los mundos en el firmamento estrellado; comulga, tal centelleo luminoso, las ondas de luz, las radiaciones, con el suspiro de la flor. Hay Amor entre las estrellas y la rosa, que lanza al aire su perfume delicioso. El Amor en sí mismo es profundamente divino, terriblemente divino.
En los tiempos antiguos, siempre se rendía culto al Amor, a la mujer; no hay duda de que la mujer es el pensamiento más bello del Creador, hecho carne, sangre y vida. Realmente, la mujer ha nacido para una sagrada misión, cual es la de traer hijos a este mundo, la de multiplicar la especie. La maternidad en sí misma es grandiosa; en el México antiguo hubo siempre una divinidad consagrada, precisamente, a aquellas mujeres que morían durante el parto; se decía que "ellas continuaban, en la región de los muertos, con sus criaturas en brazos"; se afirmaba, en forma enfática, que "después de cierto tiempo ingresaban al Tlalokan, el paraíso de Tlalok". Realmente, siempre en el México azteca se le rendía culto a la mujer, al Amor, a la maternidad; por eso las mujeres que morían de parto, eran consideradas entre las gentes de Anawak como unas verdaderas mártires que entregaban su vida en nombre de una gran causa.
Amar es algo inefable, divino; amar es un fenómeno cósmico extraordinario, en el rincón del Amor solo reina la dicha. Cuando una pareja está unida en la cópula sexual, con lazos de verdadero Amor, las fuerzas más divinas de la naturaleza le rodean -esas fuerzas crearon el Cosmos, esas fuerzas han venido nuevamente, para volver a crear-, en esos momentos, el hombre y la mujer son verdaderos dioses, en el sentido más completo de la palabra, pueden crear como dioses, ¡he ahí lo grandioso que es el Amor! Son extraordinarias las fuerzas que rodean a la pareja durante el acto sexual, en la cámara nupcial. El ser humano podría retener esas fuerzas extraordinarias si no las malgastara en el holocausto del placer animal que a nada conduce, si en verdad respetara la fuerza maravillosa del Amor.
El hombre es la fuerza expansiva de toda Creación; la mujer es la fuerza receptiva y formal de cualquier Creación. El hombre es como el huracán; la mujer es como el nido delicioso de las palomas en los templos, o en las torres sagradas. El hombre, en sí mismo, tiene la capacidad para luchar; la mujer, en sí misma, tiene la capacidad para sacrificarse. El hombre, en sí mismo, tiene la inteligencia que se necesita para vivir; la mujer tiene la ternura que el hombre necesita cuando regresa diariamente de su trabajo.
Así que, entonces, hombre y mujer son las dos columnas del templo. Esas dos columnas no deben estar demasiado lejos ni demasiado cerca, debe haber un espacio para que la luz pase por medio de ellas.
El acto sexual es un sacramento; así lo comprendieron los pueblos antiguos. Hubo templos dedicados al Amor; recordemos al templo de Venus, en la Roma augusta de los césares; recordemos nosotros a los templos de la antigua Caldea, recordemos nosotros a los templos sagrados de la India, donde se rendía culto a eso que se llama "Amor".
Samael Aun Weor